Sodero acosado
Me tiemblan las manos mientras escribo esto: hace dos semanas estaba repartiendo soda, trabajando y haciendo patria como nuestro Creador manda. Estoy bajando dos bidones de 20 litros con la mano izquierda mientras acomodo mi ondulada cabellera con la mano derecha y en eso veo una flaquita, asomada a la ventana, haciéndome gestos lascivos y apoyando los pechos contra el vidrio. Con Stefano, mi compañero de reparto que se había bajado a estirar las piernas, lo tomamos con gracia. Aprovechamos para aceitarnos los abdominales y subimos de nuevo al camión. No va que hacemos un par de cuadras y nos damos cuenta, horrorizados, que esa chica se nos había subido al camión. Apenas lo noto atino a abrir la boca para gritar, cuando siento un humo extraño y mucho sueño...
Me despierto, sentado, en un cuarto oscuro. Quiero gritar, pero tengo la boca tapada. Quiero levantarme, pero estoy atado con nudos dignos de un Boy Scout. Llego a ver, al lado mío, a Stefano, acostado en una cama. Maniatado. Dormido o muerto.
Se abre una pequeña puerta y entra una chica, joven y delgada, con una máscara de ardilla y un dildo colosal en una mano. A partir de ahí solamente recuerdo secuencias borrosas en dónde la chica nos cabalga sin parar a mi y a Stefano mientras nos pegaba cachetazos con el dildo. Esto paso durante más de una semana. Todo el día. A toda hora. Afortunadamente pude aprovechar que el sudor de mi cuerpo tallado en ébano pudo lubricar las cuerdas que me ataban lo suficiente como para lograr liberarme y escapar.
No sé que fue de Stefano, pero tengo miedo de pensarlo, siquiera.